El Coloquio Internacional Arquitectura Popular. Tradición y Vanguardia se propone con intención de reflexionar tanto sobre la sistematización historiográfica como buscando teorizar sobre que ha sido y como se ha entendido la arquitectura popular desde los finales del siglo XIX hasta hoy. Se busca comprender que ha sido una arquitectura popular concebida como parte integrante de la cultura arquitectónica, inmersa siempre en cambiantes y amplios contextos en los que, por ejemplo, tanto las referencias geográficas tuvieron distintas interpretaciones como, igualmente, la misma arquitectura popular se consideró reflejo de identidades nacionales. Y al enfatizarse el valor del mundo rural, la construcción de una imagen iconográfica perteneciente a un pasado se entendió como búsqueda y definición de un carácter nacional.
La compleja y contradictoria realidad de nuestra contemporaneidad (la pluralidad que ha caracterizado el siglo XX) fuerza reconsiderar cual fue la impronta heredada del ’800 sobre un “pintoresco” que evolucionó hacia el folklorismo y que, de manera muy particular en el caso portugués, se haría evidente en el debate abierto sobre la “casa portuguesa”. Durante el siglo XIX, y tras el proceso que condujo a la “invención de nación”, la preocupación fue fijar las bases de lo que se quiso fuera una arquitectura “propia” (o, lo que es lo mismo, una “arquitectura nacional”) ligada no sólo al pasado sino a la historia. El proceso de configuración de una posible arquitectura nacional se planteó (del mismo modo que se entendió cuanto un paisaje caracterizaba una nación) cuando el estudio de la cultura popular (reiteramos, folklorismo) se contrapuso una arquitectura histórica (al margen de discusiones sobre si esta era el manuelino, neo mudéjar o la arquitectura renacentista) tanto en sus características formales o constructivas como en la ordenación de los espacios característicos de un territorio. Si pintura y literatura enfatizaron pronto tales singularidades (definiendo tipos, describiendo vestimentas, costumbres y comportamientos) a finales del siglo XIX -y frente a la reivindicación del pastiche historicista- hubo quienes buscaron “inventar” lo que denominaron “arquitectura regional”. Inventar formas que identificaban con características locales (fuera esta arquitectura vasca, montañesa, andaluza por la característica a cuenca del Miño, alentejana característica del Algarve) supuso llevar tales “señas de identidad” de la nueva clase tanto a los edificios concedidos a la alta burguesía como a los equipamientos que, en dichos momentos, se construían. Sin embargo y con todo, fue también en esos momentos (coincidiendo con los debates que cuestionaban la desorganización de la arquitectura) cuando por primera vez se reclamaron criterios de sinceridad y desornamentación, reclamándose en consecuencia el estudio de la arquitectura rural.
Distintas interpretaciones del mundo rural fueron realizadas por antropólogos, etnólogos, geógrafos, ingenieros agrarios o arquitectos, posibilitando afrontar el estudio de “lo popular” como plataforma entre tradición y modernidad, oscilando entre la manipulación dirigida por el Poder y la alternativa reclamada por quienes –desde una incipiente vanguardia- buscaban la simplificación constructiva. Buscando criterios operativos se confrontaron las idea de “tradición vs. Modernidad”; “arquitectura nacional vs. arquitectura internacional”; “sinceridad constructiva vs. reivindicación de lo superfluo” o “vernáculo vs regionalismo”. De este modo las numerosas fuentes primarias existentes (publicaciones periódicas, exposiciones, proyectos, concursos, congresos, ensayos, obra dibujada y obra construida…) posibilitan afrontar que fue y como se valoró aquella arquitectura anónima, asociando tal idea no solo con una puesta en valor de la arquitectura popular sino atribuyendo también a la misma un hasta el momento inexistente valor patrimonial.
¿Por qué razón estudiar la arquitectura popular? Entendemos que la respuesta es obvia: vivimos momentos en los que una intensa producción terminológica y conceptual llevan -como ha señalado Saskia Sassen- a una mundialización en la que el Patrimonio la fase de “exclusión al tiempo que en una “globalización de la protesta”. Por lo mismo, cuando, como sucede en la actualidad –según Laurajane Smith- el patrimonio se puede entender tanto como “impulso progresivo” como “impulso reaccionario de conservación” se hace pertinente la revisión de cómo la arquitectura popular fue entendida, encarando su relación con la tradición, con la vanguardia o con la atemporalidad.
Desde los inicios del siglo XX en el debate sobre la arquitectura primó tanto la reflexión sobre la vivienda económica como la gestión de la ciudad, estableciéndose programas de necesidades que definirían no sólo las características del existenzminimun cuanto sobre la posible estandarización de elementos constructivos para lo que se tomó como referencia a la arquitectura popular, reclamando en este sentido la “normalización de lo vernáculo”. Experiencias llevadas a término en Alemania (por ejemplo, la berlinesa siedlung Staaken, obra de Paul Schmitthenner) influirían tanto en Portugal como en España. Frente a la grandilocuencia el estaban a lo regional otros revalorizaron una “arquitectura humilde”, coherentes tanto con las propuestas de Heinrich Tessenow cómo con las primeras ideas que esbozar el joven Le Corbusier. Fue entonces cuando la arquitectura moderna tuvo que hacer frente tanto al clasicismo como al estudio de la tradición, buscando comprender (y entender) el sentido de las soluciones dadas a programas de necesidades ligados al pasado y que, a su vez, eran temas de debate.
Hubo, igualmente, actitudes racistas entre quienes buscaban establecer un “catálogo” de la arquitectura nacional (como fue el caso, dentro del NSDAP, de los 12 volúmenes de la Kulturarbeiten que editara Paul Schultze-Naumburg), actitud bien distinta a las que adoptaron los arquitectos de la vanguardia racionalista, ejemplo de los cuales fueran tanto el estudio realizado por el italiano Giuseppe Pagano como los trabajos sobre la arquitectura mediterránea promovidos por el grupo catalán del GATEPAC. Convendría enfatizar, en este sentido, como en la década de los años 30 -y desde posiciones contrarias a los debates promovidos por los CIAM- aquella misma arquitectura nostálgica del pasado buscó (y ejemplo de lo cual fue -tras la Weissenhofsiedlung de 1927- el conocido montaje fotográfico de aquel conjunto, convertido en aldea árabe) ridiculizar tal propuesta, oponiéndose a una arquitectura que consideraban ajena y extraña a la tradición local.
Si el estudio de la arquitectura popular es clave para comprender que fue la cultura arquitectónica de la primera mitad del siglo XX, debemos igualmente asumir cuanto, tras la II Guerra Mundial, la realidad condicionó (como sucediera en España) la política de reconstrucción (marcada por carencias económicas cuando no por falta de materiales de construcción) obligó recurrir al saber artesanal, edificándose núcleos rurales opuestos conceptualmente a los emblemáticos monumentos de una arquitectura que se quería triunfante. Pocos años más tarde, y ya en la década de los’50, la moderna arquitectura centroeuropea forzó a que las realidades portuguesas españolas abandonaran la reflexión sobre la tradición integrándose en el nuevo debate. Frente a quienes reclamaban la vivencia del nostálgico recuerdo Ortega y Gasset señalaría como …existen algunos quieren indicar la traición sin comprender qué tradición significa cambio: y fue desde esta voluntad por cambiar y redescubrir el sentido de lo popular cuando surgía el artículo portuguesa y española una de las más ricas y positivas polémicas.
El Coloquio Internacional Arquitectura Popular. Tradición y Vanguardia buscan este modo plantear los temas señalados, reclamando el análisis de las relaciones comentadas. Se hace, en consecuencia, una llamada a trabajos que profundicen en el ejercicio de historia comparada, que reflexionen sobre problemas comunes y singulares a lo que fue cultura arquitectónica desde los finales del siglo XIX hasta hoy.